viernes, 26 de marzo de 2010

Morenatti, de vuelta a la carrera

Hace siete meses, en agosto de 2009, el fotoperiodista Emilio Morenatti sufrió la amputación de su pie izquierdo como consecuencia de la explosión de una bomba al paso del convoy estadounidense en el que iba empotrado cerca de Kandahar, al Sur de Afganistán. Desde entonces ha estado en Estados Unidos para recuperarse de sus heridas y seguir un proceso de rehabilitación y ha sido hace unas semanas cuando ha podido regresar a Jerez, la ciudad que le vio crecer y también correr, algo que continúa haciendo gracias a su admirable coraje y optimismo:



Dispuesto y con ánimo renovado para continuar disparando con su cámara fotográfica, se reincorporará a The Associated Press (AP) y trabajará en Barcelona. Pero, además, su bienvenida es noticia porque ha coincidido con un nuevo reconocimiento a su carrera profesional: la Asociación Nacional de Fotógrafos de Prensa nombró ayer a Morenatti como Fotoperiodista del Año 2010.

Tras realizar coberturas informativas para AP en Afganistán y Oriente Medio (ha retratado el conflicto palestino-israelí y en 2006 fue secuestrado en Gaza), se trasladó a Pakistán y el material recogido en este último país es el más conocido de Morenatti. Con la serie Violencia de género en Pakistán, en la que mostraba el rostro de mujeres pakistaníes que habían sido agredidas con ácido, ganó el primer premio de FotoPress 2009. La exposición de estas fotografías, que ha sido presentada hoy, podrá verse en el CaixaForum de Madrid hasta el próximo 22 de agosto de 2010.

Emilio Morenatti con una fotografía de la muestra al fondo


domingo, 14 de marzo de 2010

Involucrarse o mantenerse al margen

Hace unos días, al revisar varias páginas de fotografía, leí en Fotografía: Negativo Digital que está de nuevo en la palestra la eterna polémica de la moralidad de los periodistas y fotógrafos de prensa. En esta ocasión la fotografía protagonista del revuelo ha sido la ganadora del segundo premio en la categoría Stories del World Press Photo 2010, del que ya hablamos en su día, que fue tomada por Farah Abdi Warsameh en Somalia para la agencia The Associated Press. La publicación de una fotografía de la serie, en la que aparece registrado un proceso de lapidación a un hombre somalí, en el periódico inglés The Sunday Times ha causado indignación entre sus lectores, que la consideran demasiado dura para ser mostrada públicamente en las hojas de un diario nacional. The Guardian también ha valorado de forma negativa esa publicación (aprovechando que la polémica está en el aire). Además, al igual que cada vez que un sujeto es fotografiado en una situación límite (no es lo mismo encontrar muerte sobre el terreno que presenciarla), se han puesto sobre la mesa cuestiones de ética y moralidad en relación a la actitud del fotoperiodista. En este aspecto es en el que me centro a continuación (la ética del medio de comunicación ya fue tratada en la entrada Muertes públicas).


Para abordar el asunto, lo primero que cabe decir es que siempre existe una relación entre el observador y lo observado en cuanto que quien sujeta la cámara se encuentra presente en el lugar de la escena. Si partimos de aquí podemos entenderlo después de varias formas y son básicamente dos las posturas que he podido leer al buscar sobre la noticia: que hay una colaboración entre el fotógrafo y el grupo que apedrea (que le ha dado permiso para retratarlo) o que se trata de instinto profesional en busca de imágenes para mostrar al mundo y conseguir justicia.

En el primer caso, el fotógrafo asume un precio psicológico muy elevado y subordina su condición humana, si bien la pregunta clave es: ¿se le puede considerar cómplice de lo presenciado al no hacer nada para evitar la tragedia? En este punto seguro que muchos habéis recordado la polémica que arrastra la fotografía de Kevin Carter en la que un buitre acecha a una niña africana en Sudán. El propio autor mostró su arrepentimiento al recoger el Pulitzer por ese trabajo: "Es la foto más importante de mi carrera pero no estoy orgulloso de ella, no quiero ni verla, la odio. Todavía estoy arrepentido de no haber ayudado a la niña". Pero hay varias versiones sobre lo que ocurrió realmente y podemos encontrar tanto justificaciones que a veces caen en contradicciones como suposiciones sobre si esto provocó el suicidio de un fotógrafo que siempre tuvo una biografía complicada.

En el caso de que fuera simplemente instinto profesional, el fotógrafo arriesgó su vida para mostrar al exterior de Somalia lo que ve en un país en el que hay pocos informadores debido a sus singularidades y no tiene tanta importancia que una llamada de atención como esta no sea la mejor opción en cuanto a moralidad. De cualquier modo, el fotógrafo fue consciente de que se disponía a presenciar la muerte de un ser humano en primera línea y en directo y optó por ser testigo pasivo, impasible, de ese acto macabro. La duda que planea es si su actitud queda suficientemente justificada sólo por satisfacer el lema “el mundo debe saber”.

La verdad duele, pero a veces la difusión de fotografías y reportajes (y muchas formas de manifestación artística), aparte de crear un registro histórico, es una herramienta muy poderosa para lograr cambios en la opinión pública, para crear conciencia. Sin embargo, ¿todo vale por obtener un documento esclarecedor? Es más, el mostrarlo en países lejanos y a veces desconocedores de la realidad de otros territorios totalmente distintos, ¿sirve de algo aparte de para dar a conocer el hecho? O dicho de otro modo, al no poder intervenir de manera directa y ser una realidad tan alejada, ¿termina por causar indiferencia? ¿o somos nosotros quienes a pesar de ser conscientes de que ocurren este tipo de hechos los ignoramos de forma voluntaria para no atragantarnos con el desayuno mientras ojeamos el periódico? Por otro lado, ya que la escena habría ocurrido igualmente hubiese o no un fotógrafo delante para registrarlo (considero que no es una escena provocada), ¿debe primar el derecho a la información en situaciones de este tipo?

En definitiva, aunque las imágenes de esta serie son difíciles de contemplar durante varios segundos, las preguntas sobre la mejor manera de transmitir el sufrimiento de los demás se multiplican. No existe una respuesta única para un asunto tan delicado, pero de lo que no se puede prescindir es de la responsabilidad moral en el tratamiento de imágenes por los efectos que puedan causar, especialmente ahora que con las nuevas tecnologías las imágenes son difundidas a la velocidad de un clic. El peligro y lo indeseable es crear una sociedad pasiva e insensible mediante la difusión de fotografías que muestran situaciones con las que ya estamos familiarizados, ya que se genera un espectáculo continuo. No obstante, lo que se debe rechazar es esa especie de gran carnaval (como el de la película del mismo nombre de Billy Wilder) porque en lo referido a la asimilación de temáticas fotográficas poco podemos pedir en un mundo en el que cada día es visible el desastre, la guerra y la destrucción del hombre.

Otras cuestiones que derivan de este debate son: por qué las fotografías que aparecen en la prensa no responden al perfil de sutileza de la que ganó este año el World Press, si la mayoría muestran desgracias porque la tragedia vende (de ahí lo del espectáculo) o si una fotografía siempre debería ir acompañada de texto para contextualizar. Como el tema es muy amplio intentaremos generar preguntas y darles respuesta a estos otros apartados en entradas posteriores.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Los sucesos de Vitoria: 34 años de impunidad

Las fotografías son un buen instrumento para rememorar tiempos pasados y, en esta ocasión, también para denunciar el olvido y las mentiras oficiales. Nos situamos en los meses posteriores a la muerte de Franco en la ciudad de Vitoria-Gasteiz, donde se estaba desarrollando un destacado movimiento huelguístico basado en reivindicaciones puramente sociolaborales. En este contexto, el 3 de marzo de 1976 fueron asesinados cinco trabajadores y más de cien resultaron heridos por los disparos efectuados por la policía al desalojar una iglesia, previamente gaseada, en la que se estaba celebrando una asamblea informativa sobre el desarrollo de la huelga.


En ese recinto se reunieron unas 5000 personas, pero la policía ordenó su desalojo y la multitud allí congregada, ante el temor de ser aporreada y agredida a su salida, se negó a abandonar la iglesia. Fue entonces cuando comenzó el asalto de los efectivos antidisturbios al interior del centro religioso. Quien pudo salió huyendo, pero fue recibido en la calle por disparos y golpes: reitero que cinco obreros fueron asesinados y hubo cien heridos de bala.

La propia policía alardeó de haber producido una masacre y de haber contribuido “a la paliza más grande de la historia”, frase con la que terminaron la comunicación por radio los policías presentes en la escena, según demuestran los audios que se conservan en la actualidad. Tanto estas grabaciones, como las fotografías que aparecen en la página de la asociación Martxoak 3 forman parte del amplio archivo documental que prueba los hechos ocurridos, de ahí su inmenso valor para las víctimas y los familiares de las víctimas. Los sumarios abiertos quedaron en el olvido, pero esta asociación, que ante todo reivindica justicia, verdad y reconocimiento, ya ha dado los primeros pasos para reabrir el caso y depurar responsabilidades políticas (no hay que olvidar que Manuel Fraga era el ministro de Gobernación y Rodolfo Martín Villa, el encargado de la cartera de Relaciones Sindicales en aquel momento).


Porque después de 34 años nadie ha pagado por los sucesos de Vitoria-Gasteiz. Y nadie sabe por qué mandaron tirar directamente a matar.


(Relacionado con el tema es el documental La Revolta Permanent, de Lluís Danés en el que aparece el tema del vídeo: Campanades a morts de Lluís Llach)