Hace unos días, al revisar varias páginas de fotografía, leí en
Fotografía: Negativo Digital que está de nuevo en la palestra la eterna polémica de la moralidad de los periodistas y fotógrafos de prensa. En esta ocasión la fotografía protagonista del revuelo ha sido la ganadora del
segundo premio en la categoría
Stories del
World Press Photo 2010, del que ya hablamos en su día, que fue tomada por
Farah Abdi Warsameh en Somalia para la agencia
The Associated Press. La publicación de una fotografía de la
serie, en la que aparece registrado un proceso de lapidación a un hombre somalí, en el periódico inglés
The Sunday Times ha causado indignación entre sus lectores, que la consideran demasiado dura para ser mostrada públicamente en las hojas de un diario nacional.
The Guardian también ha valorado de forma negativa esa publicación (aprovechando que la polémica está en el aire). Además, al igual que cada vez que un sujeto es fotografiado en una situación límite (no es lo mismo encontrar muerte sobre el terreno que presenciarla), se han puesto sobre la mesa cuestiones de
ética y moralidad en relación a la
actitud del fotoperiodista. En este aspecto es en el que me centro a continuación (la ética del medio de comunicación ya fue tratada en la entrada
Muertes públicas).

Para abordar el asunto, lo primero que cabe decir es que siempre existe una
relación entre el
observador y lo
observado en cuanto que quien sujeta la cámara se encuentra presente en el lugar de la escena. Si partimos de aquí podemos entenderlo después de varias formas y son básicamente dos las posturas que he podido leer al buscar sobre la noticia: que hay una
colaboración entre el fotógrafo y el grupo que apedrea (que le ha dado permiso para retratarlo) o que se trata de instinto profesional en busca de imágenes para mostrar al mundo y conseguir justicia.
En el primer caso, el fotógrafo asume un precio psicológico muy elevado y subordina su condición humana, si bien la pregunta clave es: ¿se le puede considerar
cómplice de lo presenciado al no hacer nada para evitar la tragedia? En este punto seguro que muchos habéis recordado la polémica que arrastra la fotografía de Kevin Carter en la que un buitre acecha a una niña africana en Sudán. El propio autor mostró su arrepentimiento al recoger el
Pulitzer por ese trabajo: "Es la foto más importante de mi carrera pero no estoy orgulloso de ella, no quiero ni verla, la odio. Todavía estoy arrepentido de no haber ayudado a la niña". Pero hay varias versiones sobre lo que ocurrió realmente y podemos encontrar tanto
justificaciones que a veces caen en
contradicciones como suposiciones sobre si esto provocó el suicidio de un fotógrafo que siempre tuvo una biografía complicada.
En el caso de que fuera simplemente
instinto profesional, el fotógrafo arriesgó su vida para mostrar al exterior de Somalia lo que ve en un país en el que hay pocos informadores debido a sus singularidades y no tiene tanta importancia que una llamada de atención como esta no sea la mejor opción en cuanto a moralidad. De cualquier modo, el fotógrafo fue consciente de que se disponía a presenciar la muerte de un ser humano en primera línea y en directo y optó por ser testigo pasivo, impasible, de ese acto macabro. La duda que planea es si su actitud queda suficientemente justificada sólo por satisfacer el lema “el mundo debe saber”.
La verdad duele, pero a veces la difusión de fotografías y reportajes (y muchas formas de manifestación artística), aparte de crear un
registro histórico, es una herramienta muy poderosa para lograr cambios en la opinión pública, para
crear conciencia. Sin embargo, ¿todo vale por obtener un documento esclarecedor? Es más, el mostrarlo en países lejanos y a veces desconocedores de la realidad de otros territorios totalmente distintos, ¿sirve de algo aparte de para dar a conocer el hecho? O dicho de otro modo, al no poder intervenir de manera directa y ser una realidad tan alejada, ¿termina por causar indiferencia? ¿o somos nosotros quienes a pesar de ser conscientes de que ocurren este tipo de hechos los ignoramos de forma voluntaria para no atragantarnos con el desayuno mientras ojeamos el periódico? Por otro lado, ya que la escena habría ocurrido igualmente hubiese o no un fotógrafo delante para registrarlo (considero que no es una escena provocada), ¿debe primar el derecho a la información en situaciones de este tipo?
En definitiva, aunque las imágenes de esta serie son difíciles de contemplar durante varios segundos, las preguntas sobre la mejor manera de
transmitir el sufrimiento de los demás se multiplican. No existe una respuesta única para un asunto tan delicado, pero de lo que no se puede prescindir es de la responsabilidad moral en el tratamiento de imágenes por los efectos que puedan causar, especialmente ahora que con las nuevas tecnologías las imágenes son difundidas a la velocidad de un clic. El peligro y lo indeseable es crear una sociedad pasiva e insensible mediante la difusión de fotografías que muestran situaciones con las que ya estamos familiarizados, ya que se genera un espectáculo continuo. No obstante, lo que se debe rechazar es esa especie de
gran carnaval (como el de la
película del mismo nombre de Billy Wilder) porque en lo referido a la asimilación de temáticas fotográficas poco podemos pedir en un mundo en el que cada día es visible el desastre, la guerra y la destrucción del hombre.
Otras cuestiones que derivan de este debate son: por qué las fotografías que aparecen en la prensa no responden al perfil de sutileza de la que
ganó este año el World Press, si la mayoría muestran desgracias porque la tragedia vende (de ahí lo del espectáculo) o si una fotografía siempre debería ir acompañada de texto para contextualizar. Como el tema es muy amplio intentaremos generar preguntas y darles respuesta a estos otros apartados en entradas posteriores.